Jueves 28.03.2024
Actualizado hace 10min.
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    Francisco: el incomprendido en su tierra

    Los Curas Villeros, muy identificados con Francisco desde que era Bergoglio arzobispo y cardenal, escribían hace unos días un comunicado en el que exponían la intencionalidad de algunos medios y de autoproclamados “influencers papales”. La búsqueda clara de unos y otros consiste en ligar a Francisco con el armado político de sectores opositores, de cara a las próximas elecciones. 

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    Basándose en una idea que han logrado inyectar en la opinión pública -de que el padre Jorge es peronista y amigo de Cristina- intentan desgastar la imagen del pontífice en su tierra natal. Por eso, desde mi humilde mirada, intentaré ayudar a comprender a Francisco desde la perspectiva de San Juan.

    Si hay un pasaje del Evangelio que sintetiza lo que Francisco comunica con su forma de actuar es la lectura de la “Mujer Adúltera” (S. Jn 8, 1-11). Repasémosla juntos. Jesús estaba enseñando en el templo y trajeron a una mujer que había sido encontrada en flagrante adulterio. Los fariseos y doctores de la ley increpan a Jesús sobre “qué debían hacer con ella”, ya que la ley, a la vez religiosa y civil para los judíos de la época, indicaba que correspondía apedrearla. En realidad estos hombres que traían a la pecadora ante Jesús lo único que pretendían era tenderle una trampa al Maestro. Él no podía desconocer la ley de Moisés y tampoco podía desandar su prédica sobre la misericordia y el perdón. Entonces brotó la genialidad sobrehumana y dijo a los que esperaban su veredicto: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y así, cuenta el texto, “se fueron alejando todas estas personas, comenzando por los más ancianos”. Pero el suceso no concluye ahí. Jesús se acerca a la mujer y le pregunta si alguien la ha condenado. Esta le dice que no. Y aquí la otra gran frase evangélica: “Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más”.

     

    Tomarme el atrevimiento de querer escudriñar el pensamiento de Francisco en forma tan sucinta, no tiene otra vocación que la de querer mostrar una mirada distinta de la que han instalado en la opinión pública algunas empresas periodísticas, queriendo interpretar a un Papa fuera del alcance de lo que éste cree y vive como manifestación de lo que profesa. Me gusta decir, para que se lea con más facilidad, que el Evangelio es o debiera ser para los cristianos “el reglamento de nuestro deporte de vivir”. San Alberto Hurtado lo decía de otra manera a los jóvenes: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?”. Sucede que este pontífice ha revolucionado no solo al Vaticano sino también al mundo cristiano, tomando con mucha más seriedad la letra misma del Evangelio y dejando de lado algunas tradiciones que alejaban la figura del pontífice al presentarlo como un rey; el Santo Padre es un pastor, un servidor. Ejemplo concreto es la simplicidad de sus atuendos litúrgicos, las terminaciones de su sotana o sus gastados zapatos negros en lugar de los rojos charolados que otrora usaran los papas en conmemoración de los mártires.

    Entonces, una sociedad cada vez más alejada de las prácticas religiosas, carente de ejemplo de quienes la gobiernan y, lamentablemente, de una pequeña parte del clero, es terreno fértil para sembrar cizaña. Porque, en la construcción del discurso periodístico, lo que aparenta ser A+B+C en los gestos y actitudes de Francisco, no es igual a las falaces conclusiones a las que arriban.

    Utilicemos esta lectura de la Mujer Adúltera para iluminar mejor lo que expreso. Francisco recibía a una “mujer pecadora”, a una mujer que se sabe -por los procesos de la Justicia de los hombres- ha cometido delitos o, al menos, no los evitó siendo de su conocimiento. Según el pensamiento de quienes opinan con libertad, pero con una mirada parecida a la de los fariseos de aquel tiempo, este papa no debería tener ningún tipo de cercanía con esta pecadora. Sin embargo la recibe, no la juzga, olvida los desaires de la señora y su fallecido marido, perdona, pero ella sigue siendo libre de elegir bien o mal, pecado o virtud. Porque otros la condenen, Francisco entiende que él no es quién para hacerlo, porque él, como ha dicho en reiteradas oportunidades, se reconoce pecador como cualquier otro hombre.



    Perdón por lo vulgar de mi expresión, pero no hace falta “orinar agua bendita” para poder estrechar la mano de un papa. Y si así se creyó que debía ser en algún otro tiempo, esa mirada es totalmente errada a la luz del Evangelio. Cómo debiera ser el comportamiento público de quienes han gozado de su amistad, cercanía o confianza, lo trataré en otra columna. Lo cierto es que siempre intentaré no juzgar a otro ser humano abiertamente. Yo también soy pecador y no me animo a tirar una piedra.

    Por Edgardo Fretes - Pastoral Comunicadores Arquidiócesis de Mendoza