Ambar Sofía, León, Juan y Thiago son solo algunos de los chicos que encontraron una familia y un proyecto de vida con personas que los aman, acompañan y guían. Sus historias reflejan el deseo de miles de personas de maternar y paternar, solos o en pareja, con o sin casa propia (ver al pie de la nota) y de cientos de niñas, niños y adolescentes que necesitan tener un hogar. En Mendoza, más de 930 chicos se encuentran en 40 residencias alternativas, solo 120 de ellos son menores de 5 años y 234 tiene alguna discapacidad. Por otro lado, en la actualidad, 229 de ese total están en condiciones de ser adoptados. Desde el Gobierno, a través del Ministerio de Educación, Cultura, Infancias y DGE y el Poder Judicial, el objetivo es visibilizar y sensibilizar acerca de su importancia. A esta misión también se suman las asociaciones de la sociedad civil, como Dulce Espera, que trabajan arduamente en la temática y muchos de cuyos miembros son padres adoptivos. Pero ¿qué significa ser elegido y empezar a formar parte de una familia? ¿Cómo se vive la llegada de un nuevo integrante? ¿Cuáles son sus expectativas, deseos, miedos y anhelos? Lo cuentan ellos mismos en estos breves relatos, que buscan expandir un mensaje de amor y empatía. Sofi y su llegada la familia Gil – Sosa “Sofía nos ha cambiado la vida y nos ha mostrado lo hermoso que es abrir el corazón a un niño mayor, lleno de amor y ganas de pertenecer”. Así describieron Milagros y Aldo su experiencia de adopción. La pareja siempre quiso formar una familia con hijos biológicos y adoptivos. Y, de esta forma, llegaron Alvarito, que nació en 2020, y Ámbar Sofía, que se integró en 2021, con 9 años, al clan Gil – Sosa. Se inscribieron en el Registro Provincial de Adopción en 2018, “en principio para niños de 0 a 4 años, como la mayoría de las personas, y simultáneamente empezamos a buscar de manera biológica. Emprendimos los dos caminos al mismo tiempo”, contó Mili. Luego de quedarse embarazada, en 2019, y tras haber pasado por todas las entrevistas, continuaron con su proyecto de adopción, que se hizo realidad cuando llegó un correo “con la descripción de Sofi”, como parte de una convocatoria pública. “En ese momento sentimos que era nuestra Sofi. Algo nos dijo que era ella y nos postulamos, recibimos llamadas del registro e hicimos entrevistas virtuales con el equipo técnico”, siguió la madre. Después de los primeros encuentros, con algo de timidez y nervios de por medio, se dio la conexión, que se completó cuando conoció a Alvarito: “Fue como amor a primera vista. Son unos hermanos súper compañeros y cariñosos”, recuerda. La voz de Sofi La propia Sofi recordó: “Cuando me enteré que había una familia para mí, me puse muy feliz y nerviosa y le conté a mi mejor amiga del hogar”. Y confirmó que “lo que más disfruto de mi vida cotidiana es jugar con mi hermano Álvaro, estamos todas las tardes juntos, tomamos la media tarde, jugamos, vemos la tele”. También le gusta “ir a la casa de mis abuelos y comer todos juntos, jugar con mis primas. Todos los fines de semana hacemos piyamadas”. Finalmente, dio un mensaje respecto a la adopción: “Me gustaría que hubiera muchas personas más que adopten porque hay muchos niños en los hogares esperando una familia. Yo vivía en un hogar con 24 niños y, cuando me fui, se fueron un poco después mis cinco amigos”. “Así como nosotros, me gustaría que todos los niños de los hogares tuvieran una familia, porque es lo mejor que nos puede pasar en la vida”, agrega. Hoy, con papás “geniales”, un hermanito “que es un amor”, cuatro abuelos, cuatro padrinos, muchos tíos y primos, su familia está completa. La conexión con sus amigos del hogar también se mantuvo, reforzando su sentido de pertenencia y amor. Amor y valentía Milagros y Aldo aseguran que la adopción es una cuestión de “amor y valentía” y dicen que las barreras económicas y el estado civil son algunos de los mitos que a veces disuaden a posibles adoptantes. “Lo más importante es el deseo de brindar un hogar lleno de amor y comprensión”, destacó la pareja. La experiencia inspiró a Milagros en su carrera profesional, ya que, al recibirse de abogada, decidió especializarse en niñez, adolescencia y adopciones, “con el firme compromiso de apoyar a otros en el proceso y derribar los prejuicios”. “Sofía nos ha cambiado la vida y nos ha mostrado lo hermoso que es abrir el corazón a un niño mayor, lleno de amor y ganas de pertenecer”, señaló. León, el luchador Cristian Goulú y Vanesa Peñaloza son de Vista Flores, Tunuyán, y llegaron a una etapa de la vida en la que tuvieron “la necesidad de trascender a través de un hijo”. Sin embargo, el camino hacia la paternidad biológica no se pudo concretar tras intentarlo varias veces y ante la preocupación de un embarazo de riesgo, por la salud de Vanesa. Así comenzó un proyecto de vida que los llevó a conocer a León, que nació de forma prematura en circunstancias adversas, pero que desafió todos los pronósticos médicos y se supera día a día. Los llamaron “por el León”, un 27 de julio, él tenía 10 meses. Allí comenzó la vinculación en el microhospital de la DINAF y “nos dijeron lo que tenía, ese día fue muy difícil”. Al otro día, contó emocionada Vanesa, “cuando me levanté, dije ‘este es mi hijo’. Estaba segura. Sabía que iba a ser difícil, que nuestra vida iba a cambiar al 100 por ciento. Pero queríamos un hijo y aceptamos todo eso, le dimos para adelante y nunca hubo duda al respecto”. Goulú, por su parte, recordó que tomaron el proceso de adopción “como un embarazo natural, pero sin fecha de parto. Desde el registro nos acompañaron en el proceso, nos hicieron fáciles algunas cosas que, de por sí, son difíciles”. “Desde el principio tuvimos claro que el hijo que tenía que llegar iba a llegar. Y cuando llegó el León, era el León. Para nosotros era nuestro hijo y llegaba como tenía que llegar, así como llegamos nosotros para nuestros padres”, ratificó el hombre. También reconoció que “la discapacidad es muy difícil” y detalló todos los cuidados y terapias que han llevado a que el pequeño hoy tenga una realidad distinta a la que indicaban los pronósticos médicos. Actualmente, a punto de cumplir 9, va a la escuela, camina, come, tiene un lenguaje limitado, pero de a poco se va superando. Su progreso es el espejo del esfuerzo constante de él y de sus padres, especialmente de Vanesa, quien se dedica a cuidarlo. El resultado de tener una familia “Él nos mejoró como personas. Todos los días nos enseña y nosotros lo ayudamos a que pueda superar todas las barreras que tal vez no hubiera atravesado si alguien no le daba la oportunidad de tener una familia”, sentenció Cristian. Además, explicó: “Nos gusta dar estos testimonios porque es muy difícil que se adopten chicos que son más grandes, pero también aquellos con discapacidad”. Finalmente, Vanesa resaltó: “No cambiaríamos ni una coma de todo lo que pasó, de toda nuestra historia”.   “Cuando ves a tu hijo, todas las dudas desaparecen. León es nuestro hijo y lo aceptamos, con todo lo que trae consigo. Cada día nos muestra lo importante que es darle una oportunidad a un niño que necesita una familia”, concluyeron Los hermanos Juan y Thiago, un nuevo hogar y las madrinas Juan y Thiago llegaron a la vida de Marita Miranda y Adrián Araya cuando tenían 5 y 7 años respectivamente. Marita anhelaba ser madre por segunda vez. Con una hija de 28 años, profesional y viviendo en el extranjero, sabía que su camino hacia la maternidad todavía tenía una materia pendiente. Después de ser madre soltera por muchos años, la médica se casó con Adrián, pero, tras consultar en clínicas de fertilidad y el consejo de los profesionales, la opción de tener un hijo biológico quedó descartada. A pesar de eso, el deseo de ser padres fue más fuerte y se inscribieron en el Registro de Provincial de Adopciones, se sumaron a las charlas y participaron en grupos donde conocieron a otras familias con el mismo anhelo. “Al principio nos anotamos para bebés hasta dos años, después fuimos aumentando la edad hasta que un día nos llamaron”, relató Miranda. “Esperás tanto ese llamado y, cuando te llega, es como una bomba atómica. Me emocionó un montón”, recuerda. Así fue como Juan y Thiago se integraron a la familia. El más pequeño requería tratamientos debido a una discapacidad y sus padres asumieron la responsabilidad de las terapias y adaptaciones. La madre los define como “niños con muchísima ternura, se esfuerzan mucho para estar al nivel de sus compañeros, porque presentaban un poco de déficit en la escuela. Todo es un día a día”. De igual forma, aclara que “no es todo color de rosas, son niños de carne y hueso que requieren sus tratamientos, tienen sus necesidades”. Sin embargo, aclaró que “nos dan muchísimo amor, vienen, te abrazan, constantemente nos están diciendo que nos quieren. A los pocos días que comenzamos la vinculación, nos comenzaron a decir papá y mamá”. La pandemia y la familia extendida La pandemia de COVID-19 trajo desafíos, pero también la posibilidad de pasar más tiempo juntos y conocerse. Previo a la adopción y cuando estaban en la residencia alternativa, los chicos tenían madrinas que los llevaban a sus casas los fines de semana y “los hacían tener en el fondo una esperanza de familia”. Por eso, Marita y Adrián decidieron que siguieran siendo parte de su vida: “Son unos soles, si mis hijos han tenido ángeles de la guarda, han sido esas madrinas”. Ciertamente, este febrero “los bautizamos en nuestra religión católica y ellas son sus madrinas de bautismo. Los chicos están fascinados porque no podía ser nadie más. Están presentes en todo, para todo, son parte entrañable de nuestra familia”. La adopción, una oportunidad de abrir el corazón Inspirada por su abuela, quien también adoptó a un niño a pesar de tener ocho hijos biológicos y otros miembros de su familia, que también siguieron ese camino, decidió hacer lo propio. “Adoptar no es un acto heroico”, subrayó la profesional, “es simplemente abrir nuestro corazón a quienes lo necesitan”. Para ella, “Dios ha tejido algo muy especial con nuestra familia. Creo que algún día veremos el hermoso diseño de nuestras vidas y las oportunidades que hemos brindado a nuestros hijos”. Requisitos para inscribirse en el Registro Provincial de Adopción Ser mayor de 25 años. No se considera el estado civil. Pueden ser personas casadas, convivientes, divorciadas, separadas de hecho, viudas. Deben ser de nacionalidad argentina o naturalizadas como tales. Acreditar medios de subsistencia económica, sin necesariamente contar con bono de sueldo ni propiedades. Deben acreditar no contar con antecedentes penales. Más información, en la página del Poder Judicial, Registro Provincial de Adopción